Todo lo que de la vida recibo,
lo tomo con gratitud.
Apreciaré los más lindos días azules sobre el cielo,
y tomaré las tormentas como un desafío de creer en mí,
en mi potencial para salir adelante,
siempre fortalecido.
De los días felices,
disfrutaré plenamente.
Esa dicha que me llena el corazón,
de compartir momentos inolvidables.
Pero también sabemos que es parte de nuestro camino,
pasar por aquellas situaciones que nos duelen hasta el Alma.
Es ahí donde habremos de tratar de no perdernos en el dolor,
soledad o frustración.
Todo es un flujo constante.
La vida nos presta y también nos quita.
Nos volvemos adultos,
pero a veces nos comportamos como un niño,
el cual llora cuando se le arrebata su juguete.
Es tiempo de madurar como especie.
Somos humanos,
y tenemos una edad universal.
Más allá de cualquier región del planeta,
los comportamientos y características,
nos generalizan en una misma escala evolutiva.
Es así,
como desde un conflicto con otro,
sin justificados argumentos se pasa a un relieve mayor.
Lo mismo a gran escala.
Un país ataca a otro por las dudas;
dudas existenciales
del miedo a perder su propia identidad.
Esa identidad,
que somos capaces de moldear,
está en cada uno de nosotros.
Está en nuestras manos,
y de hecho,
ya una nueva etapa ha comenzado.
Una etapa donde vamos a ver
más allá de cualquier división ilusoria de fronteras,
más allá de países,
ideologías políticas o religión.
Más allá de equipos deportivos,
más allá de todos.
Comprender nuestro lugar en el universo,
es comprender que somos muchas versiones de nosotros mismos.
Todos somos Uno.
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