El poder de las palabras…
Es algo común,
nuestro continuo diálogo...
Algunas veces más que otras,
pero siempre estamos en contacto,
interactuando,
recibiendo información de hechos, acontecimientos,
en las diversas interacciones que vamos realizando.
Muchas veces,
perdemos la importancia de nuestro diálogo.
Con él construimos puentes o hacemos pequeñas fracturas,
sin percibir el daño que podemos ocasionar.
Una sutil y delicada línea,
que por lo general proviene del ego;
la mirada justiciera que con solo ver la superficie de la acción de otros,
ya alcanza para justificar el brindar una opinión decretante.
Pero es solo una verdad a medias,
lo que vemos de alguien.
Cada uno tiene su propio proceso.
Cada uno tiene su propia lógica,
por la cual actúa por sí y ante sí.
Es algo simplista creer tener una clara idea
de lo que tiene que ser el comportamiento ajeno,
sin tener los detalles más profundos de la mirada del otro.
Dios provee del libre albedrío.
Falta que cada uno conecte con lo que percibe como correcto...
Es más fácil ver los errores ajenos, que los propios.
Estas líneas intentan reflexionar
sobre justamente esta mirada que a todos nos afecta.
Algunas veces fuimos críticos, otras criticados...
En este último aspecto es algo penoso,
cuando uno es objeto de esa acción,
sin darnos por enterados.
Todo sucede en diferentes dimensiones a la vez.
Es clave poner en práctica la escucha, el análisis, la reflexión…
No de lo externo, sino de lo interno.
Esa voz en tu mente que habla de más,
dice mucho de cómo estás.
Todo lo que percibimos es un propio programa mental,
ya sea positivo o negativo.
Entre estos, muchos grados de diferencia.
Si tus palabras son apresuradas,
si tu ritmo va acelerado,
poco de reflexivo tienen.
Hacer una pausa te dará tiempo a respirar mejor,
a escuchar mejor,
a interpretar mejor.
Simples pasos para comenzar a creer que un mundo mejor es posible.
Lo creamos juntos.
Nos necesitamos unos de otros,
todos somos importantes.
Todos somos Hermanos.
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